Revista digital de análisis de actualidad: Noticias, empresas y academia. ISSN : 2805-6043 (En línea).

ECONOMISTA MODERNO: ¿UN ASESINO EN POTENCIA?

YUBER HERNANDO ROJAS ARIZA Economista, Filósofo y Magister en Filosofía de la UISeconomit

Un mundo incierto, un hombre incierto. De eso no cabe duda. Por más que en la época actual el hombre moderno se jacte de su conocimiento, certeza y verdad, por más aumento de la base material llamada “progreso”, por más creencia en una civilización elevada, un “último hombre” o una supuesta perfección de la humanidad, por más que se crea en esto, lo cierto, lo único cierto en éste mundo es la incertidumbre del mismo y de lo humano: somos seres exquisitamente caóticos.

 

Pero que eso se patente en un “nosotros” y lo dejemos de lado en aras de creerlo en “orden”, “racional”, determinable, calculable y sobre todo manipulable, es una acto que en últimas no puede ocultar el poder de la incertidumbre sobre lo humano. De manera que, para infortunio de los creyentes en la Ciencia y la Técnica moderna, lo humano pareciere ser bellamente caótico y trágicamente ordenado: vivimos para morir aunque modernamente morimos creyendo “vivir”.

¿“Vivir”? ¿Cómo es posible que se crea “vivir” cuando en las grandes ciudades los rostros moribundos asoman por doquier?  ¿Qué significa esto último? ¿Acaso estamos condenados a esperar la muerte mientras desesperamos en la vida? “Modernamente” se ha transmutado el acto de “vivir”. Creemos “vivir” mientras deambulamos por el mundo como muertos: “nacer, producir, consumir y morir” se convierte en la ley del Mercado. “Ley” que se toma como natural y única posibilidad de la existencia “humana”; una imposición que deja sin opciones a sus condenados en un acto de “cruzarse de brazos” ante el laissez faire (dejar hacer) y laissez passer (dejar pasar) que devora la vida, nuestra existencia.

Así que, en nombre del ente llamado Mercado, el Sujeto se aniquila, el Individuo se deshace, el hombre muere. De allí que la transmutación del acto de “vivir” sea una cuestión fundamental para comprender la profundización de la sociedad moderna y su sin-sentido-de-la-existencia: de la casa al trabajo, del trabajo a la casa, de la producción al consumo, del consumo a las deudas; y de la sociedad de consumo que consume la existencia, pasamos al acto de “vivir” reducido a lo cotidiano y mecánico de la gran ciudad, es decir, al gris del gran super-mercado. Y bajo esa tonalidad el tiempo pasa por los rostros citadinos.

El acto de “vivir” se vuelve una carga existencial. La monotonía consume mientras se consume la Vida. El acto de “vivir”, reducido al acto de “consumir” -de “comprar”- bajo la Ley del mercado, bajo ese ente divinizado, ahora queda convertido en “vidas” grises y mercantilizadas como las nuestras.

¿Se puede escapar de esa imposición?  Queda en la cuerda floja nuestra existencia. Pero también queda de relieve la Dignidad de ella. La Dignidad existencial nos deja en aprietos frente a la proclama de una Existencia Digna. Y hablar de aquello exige especial cuidado. El cuidado de Sí mismo: una posición ética en el mundo. La Dignidad existencial nos llama al Caos; a la crisis del hombre moderno. Y desde luego hablar de «Crisis» nos pone aún más en aprietos porque, si se es cuidadoso, se notará que la actual Crisis del modelo Neoliberal es la exteriorización de una crisis aún más profunda: la «Crisis del hombre moderno».

En esa perspectiva, advierto algo importante a ésta altura del análisis: desde los estudios de la economía dominante,  se tiene poco que decir -por no decir casi nada- frente a esto. El Mainstream de la Teoría Económica (Pensamiento Neoclásico), esto es, el Monetarismo como base del Neoliberalismo actual, no tiene nada que decir frente a esto pues su lectura se mantiene en el estrecho margen de la Libertad Económica, el culto al Mercado y el funcionalismo de lo monetario como bien reza en el libro Libertad de Elegir de Milton Friedman. De tal forma que, bajo esa lógica, el individuo se termina reduciendo a su nivel monetario o más concretamente; a un instrumento del Mercado expresado en relaciones monetarias: “Dime cuánto dinero tienes y te diré cuán libre eres [de consumir]”.

Así expuesto el problema, un sujeto subordinado y aniquilado por la “mano invisible” pareciere ser el sueño idílico del economista moderno, es decir, de un asesino en potencia. Y con ello quiero ser explícito. De seguro el rostro herido de quienes se identifican con semejante espécimen disfrazado de “científico” expresará su desasosiego ante la aseveración “asesino en potencia”. Desde luego, es un malestar compartido.

No obstante, quiero centrarme en las siguientes preguntas para profundizar en ese mal-estar y, de paso, en la crisis del hombre moderno: ¿Acaso las políticas económicas, los planes de gobiernos o los programas de marketing de una multinacional cualquiera, no son precisamente diseñados e inclusive ejecutados por economistas? Y si eso es así ¿No tienen que ver estos con la vida de miles de personas bajo el lenguaje instrumental expresados en datos y cifras? ¿No tiene pues el economista un papel fundamental en la sociedad? Pues bien, he allí el asunto.

El economista moderno que ejecuta acríticamente un modelo y cree ciegamente que la realidad se debe ajustar a éste, no dista del piloto de un avión de guerra que bombardea una población en nombre de su patria.  Y eso significa que tanto la teoría dominante para el economista moderno como la patria para el piloto de guerra, son el marco de justificación de su actuar.

En efecto, la crisis del hombre moderno se exterioriza en la crisis producida por el economista moderno. Voy a ser más puntual: me refiero al economista neoliberal que pulula en los ministerios de gobiernos, las transnacionales, universidades, el sistema bancario y en el mercado bursátil; a ese tipo de economistas que profundizan con su actuar en la crisis actual; a ese mismo economista moderno que no se diferencia de un staff de criminales al servicio del gran capital, los mismos que señala ácidamente el profesor Renán Vega Cantor en su libro Economistas Neoliberales: nuevos criminales de guerra.

De manera que el rezo de la teoría monetaria y su forma ideológica: el Neoliberalismo, deja al economista moderno en su versión neoliberal, en una situación de criminalidad. Un «Criminal» con un séquito de asesinos en potencia que se cultivan en las Universidades y que, para ser más explícito, son quienes contribuyen a profundizar la crisis económica mundial. Así se evidencia en Europa. Países en crisis como Portugal, Italia, Irlanda, Grecia, España, esto es, países de  “economías cerdas” (PIIGS) según el ojo anglosajón, donde se patenta la criminalidad del staff de economistas neoliberales cuando salen a “recomendar”, “defender” y sobre todo a divulgar la idea de “Salvar a los Bancos” son la expresión del papel (criminal) que juega el economista neoliberal.

Pero, ¿Qué significa que un tipo de economistas divulguen y opten por la idea de “rescatar” a los “pobres bancos” de la crisis? ¿Qué significa que se opte por ello en detrimento del aumento del desempleo, la pobreza y el hervidero social por el que atraviesan  países como los mencionados? Sin lugar a dudas, el problema no es del “mal” funcionamiento de un modelo y su aplicación aunque tenga que ver  con esto;  el problema es más profundo y tiene que ver con  sus fundamentos, sus principios, el paradigma que rige la visión de mundo del economista moderno.

El problema es, a lo sumo, aún más profundo porque evidencia la crisis de la modernidad: el sin-sentido-de-la-existencia; la cosificación de lo humano. El acto de “vivir” al servicio de la muerte regida por la máxima productividad en nombre del libre Mercado. Por ende, que aquí se hable de economistas neoliberales como criminales, es una alerta frente a la profunda crisis ética que se evidencia en este mundo caótico y en especial, en el quehacer del economista moderno.

¿Acaso no tiene que ver, en última instancia, la economía con la vida? Me temo que ésta pregunta nos pone en aprietos y nos deja, de paso, de frente ante la Incertidumbre de lo humano: un ser bellamente caótico y trágicamente ordenado (y complejo) que “no cabe” en las cifras, datos y modelos del economista moderno. {jcomments on}

 

 

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