WILFRED ALONSO ROMERO ARCINIEGAS. Economista, (UIS) Magister en Historia, (UIS), Grupo de Investigación Tiempos Modernos
La Economía, aquella disciplina que se ciñe en entender parte de lo humano, ha olvidado precisamente el centro de sus esfuerzos. ¿Por qué decir esto frente a la labor que los economistas hacemos a diario? Quizá porque nuestros esfuerzos pueden no salir más allá de las fronteras en las que nos enclaustramos, sean aulas, oficinas, proyectos particulares u oficiales, etc. La pregunta es: ¿Qué hacer entonces? El hacer no entrona ninguna mayor dificultad que la de elaborar una acción individual. Los cambios, muchas veces, funcionan de mejor manera en el ámbito individual.
A diario, los esfuerzos de la economía y sus apéndices humanos, los economistas, se enrumban por la procura de un mejor bienestar para la población. Y si esto es así ¿Qué hay de malo en ello? Precisamente el creer que esto sea así es lo que fundamenta la mayor dificultad. El economista, al igual que una inmensa mayoría de nosotros los mortales se hayan entre la tendencia facilista de la humanidad de perder su capacidad de asombro ante el mundo y su movimiento. Quizá la situación económica del mundo es lo que menos asombra a los humanos, al menos, por supuesto, que entremos en esa misma ola deplorable.
Lo más temeroso en nuestro siglo naciente es que ya no tenemos una proclividad hacia desarrollar nuestra capacidad de asombro. Esto podríamos considerarlo como una de las manifestaciones más inquietantes de nuestros tiempos, en la que el asombro ya solo pertenece a los niños. ¿Y esto qué dice de nosotros? Básicamente que al perder esta capacidad estaríamos en la vía que nos conduce a perder nuestra máxima como humanos: el pensar.
Son muchas las academias, las oficinas, los estudiantes, los profesores que dicen abogar por el buen funcionamiento de la economía. Pero la experiencia de nuestro tiempo actual muestra que esto no concurre con el decir. La gran crisis que azotó el suelo norteamericano hace pocos años, la misma que azota a Europa en la actualidad y que posiblemente azotará muchas regiones más, son una imagen clara de que algo en el mundo no está funcionando bien.
En contra parte, los movimientos mundiales que se han desplegado no son sino una muestra clara de ello. Para recordar algunas experiencias: los levantamientos en Túnez, Libia y Egipto, independientemente de lo que éstos hayan conseguido; la multitudinaria huelga española ante la difícil situación económica; incluso las marchas estudiantiles en Chile y Colombia; y no menos importante, la ocupación de miles de personas que aún hoy en día se sitúan en las calles de Wall Street en Nueva York, exhiben que el año 2011 estuvo cargado de un impacto negativo de la economía frente a los seres humanos.
Ahora, si tenemos al frente de nuestros ojos aquello que es lo asombroso, ¿porqué dejarlo a un lado en nuestras consideraciones diarias? Son dos las posibilidades que se atraviesan momentáneamente. Primero, quizá, y como lo había señalado anteriormente, una de las formas en la que los hombres nos movemos es cuando los intereses privados se ven afectados, es decir cuando el choque es contra el cuerpo de cada quien. La segunda, y es la más aterradora, que por fuerza y peso de la historia, hemos llegado a la consideración de que el malestar que agobia gran parte de la población mundial es “normal” puesto que las fuerzas del mercado así lo han designado. Quizá por ello, el que millones de familias norteamericanas hayan quedado sin sus hogares no ha levantado la indignación total del mundo, como en su tiempo lo hizo el Holocausto; quizá lo que se atraviese por muchas mentes es que aún ellos conservan sus vidas. Pero ¿y acaso la dignidad humana no hace parte de nuestras vidas? Siendo así ¿Cuándo se pierde la dignidad, que parte queda de aquella vida?
Puede ser que el sueño del gran engranaje mundial se haya cumplido, la maquinación del hombre ha llegado a tal extremo que puede este considerar a los golpes del mercado como una forma de su normal transcurrir, el problema es cuando el golpe dura en el largo plazo ó cuando sea éste el definitivo.
En un tiempo donde el mundo nos llama, y hacemos caso omiso a este llamado, lo único que tenemos para asombrarnos sean las fantásticas jugadas de los grandes atletas de los diversos deportes, o los grandes avances que la tecnología computacional, los gadgets y los juegos de video han logrado. Quizá el asombro ahora ha recaído en la manera como puede lograrse un efecto eficiente en los cerebros humanos, destellos de luz que iluminan nuestro ojos pero que enceguecen nuestra visión. El asombro ha perdido su fundamento esencial y con ello el humano irá perdiendo, cada vez con mayor frecuencia, su capacidad de Pensar. Es ahora donde más hace eco aquella pregunta que hacía entonces el filósofo: ¿Qué quiere decir pensar?
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