Autor: Bayron Restrepo - Columnista Primernombre.com
En la medianoche del fatídico día de 1985, un desastre de proporciones catastróficas se cernió sobre el pueblo de Armero, dejando un rastro de devastación y dolor que aún perdura en la memoria colectiva de Colombia.
Esta tragedia, conocida como el Desastre de Armero, es uno de los eventos más trágicos y desgarradores en la historia del país, y su impacto se sintió en todo el mundo.
Este evento fue el resultado de la erupción del volcán Nevado del Ruiz, que provocó el deshielo del glaciar en la cima de la montaña y desencadenó una avalancha de lodo, rocas y agua que arrasó con todo a su paso.
La pequeña ciudad fue golpeada con una fuerza devastadora, y miles de sus habitantes fueron sepultados bajo toneladas de escombros.
Las crónicas de muerte anunciadas se hicieron realidad esa fatídica noche, con un saldo de más de 20,000 personas fallecidas y miles más desaparecidas o gravemente heridas.
La magnitud de la tragedia fue tal que las autoridades colombianas se vieron abrumadas y desbordadas por la magnitud del desastre, y la ayuda internacional tuvo que intervenir para asistir en las labores de rescate y recuperación.
Una profunda cicatriz
El tejido social y cultural de Colombia, y su impacto se sintió en todas las esferas de la vida del país.
Las imágenes desgarradoras de la destrucción y el sufrimiento humano que emergieron de Armero conmocionaron al mundo y generaron un llamado de atención sobre la importancia de la preparación para desastres naturales y la necesidad de una respuesta rápida y efectiva en caso de emergencia.
Hoy, casi cuatro décadas después de la tragedia, Armero sigue siendo un símbolo de la vulnerabilidad humana frente a las fuerzas implacables de la naturaleza.
Aunque el tiempo ha pasado y la vida ha seguido adelante, el recuerdo de aquel fatídico día sigue vivo en la memoria de quienes perdieron a sus seres queridos y en la conciencia colectiva de una nación que nunca olvidará la lección aprendida en Armero.