Sandra Liliana Oróstegui Durán, Economista, Mg Sociedades contemporáneas, Mg Filosofía
Por todos lados se denuncia el atropello que cometen los dirigentes políticos, las élites económicas, las autoridades religiosas, la fuerza pública y hasta los funcionarios académicos en contra de la libertad de expresión. Ésta que es un derecho fundamental consagrado en el artículo 19 de la Declaración de los Derechos humanos de 1948, ha estado en la base de las libertades políticas desde la Independencia de los Estados Unidos y la Revolución francesa, puesto que es concebida como el modo más efectivo del avance de la ciencia, las artes y, en general, las ideas.
No obstante, el que sea un derecho que se viola constantemente no es lo que ha llamado particularmente mi atención para el presente escrito. Lo que me convoca a estas líneas es la comprobación cotidiana de la auto-violación de este derecho. La tendencia persistente al “quédese callado”, “deje así”, “mejor no diga nada”.
Esta realidad me parece realmente llamativa, puesto que el punto al que eso nos lleva es a un constante auto-silenciamiento justificado en argumentos tales como “cuide el trabajo” o “mejor no se meta en líos”. Es decir, pareciera que la necesidad como fundamento del “sistema económico”, que se ha desarrollado en Colombia, no sólo negara la posibilidad de expresarse libremente frente a los atropellos que se viven cotidianamente en nuestro país, sino que además justifica las consecuencias que tendría atreverse a decir algo.
Y es que, por ejemplo, todos sabemos que las condiciones laborales de la mayoría son ilegales. Por ejemplo los vigilantes que trabajan doce horas diarias, los volqueteros o muleros que no tienen ningún tipo de prestación social, sino que son pagados por carga de arena o lo que sea que transporten; los empacadores de supermercados que no tienen ninguna carga laboral y por supuesto no puedo dejar de mencionar la situación de los profesores cátedra. No olvidemos la situación del transporte en Bucaramanga, la situación de los desplazados convertidos en vendedores ambulantes, por mencionar las situaciones más extremas.
De todos modos, si nos ponemos a observar, prácticamente todo lo que sucede a nuestro alrededor es un cerco que se mantiene gracias a que no se dice nada. O veamos lo que sucede con la televisión, la radio, la prensa escrita. Los televidentes, oyentes y lectores nos quejamos de los niveles de manipulación y silenciamiento que inunda estos medios de comunicación, pero los periodistas y realizadores de televisión afirman que deben suscribirse a los que les permitan los entes de poder que los dirijan, que ya sabemos, son grupos económicos de “gran poder”.
En ese sentido, lo que se puede observar es que la burguesía crea un derecho cuya aplicación es posible –y tampoco en muchos casos- sólo por ellos y para ellos. O veamos que los presidentes incluso, están sujetos a lo que les manden los líderes de los grupos económicos y estos no sé bien a qué están sujetos, pero igualmente aducen que deben someterse a alguna otra cosa, el mercado, la rentabilidad, las ventas, lo que sea.
Lo cierto es que a lo que estamos enfrentados es a un mundo que parece más bien una burbuja de ilusión. Un mundo en el que los clichés y las frases “políticamente correctas” son el lenguaje propio de nuestro modo de hablar. Por supuesto que no sé qué pasaría si se pudiera decirlo todo, pero sí creo que hay demasiadas cosas que se callan y que debieran gritarse, y que el miedo a “perder el trabajito” en realidad es una forma velada de obligarnos a entregar la dignidad, lo único que para mí, le puede dar sentido a permanecer vivo.