WILFRED ALONSO ROMERO ARCINIEGAS. Economista, (UIS) Magister en Historia, (UIS)
Esto parece repetir las voces de los auditorios plagados de estudiantes y particulares que en muchos de los casos acuden solo por presentación social. Es ahí donde radica la pregunta ¿Qué sentido tiene asistir a una conferencia? Asistía en los días anteriores a las conferencias centrales en el marco de una semana económica realizada en la ciudad capital, los conferencistas (muchos de ellos de renombre) debatían diversos temas para el círculo de economistas, teorías del desarrollo, teoría económica, políticas sociales, etc.
A decir verdad, algunos debates eran tan aburridos que las disposiciones técnicas me presionaban en abandonar el auditorio. No obstante, para muchos ello puede resultar atractivo. Por eso cada cual puede escoger el estar o no estar habitando el espacio en función de lo que la disposición lleva a hacerlo. Lo paradójico del asunto es que muchos de aquellos que acuden solo lo hacen en función de requisitos meramente prácticos: la nota de una asignatura, las amistades que lo llevan, los pasa bocas que puedan entregar, etc.
Esta situación nos lleva entonces a la pregunta por el sentido de habitar un espacio. El espacio en cuestión es un auditorio, en él se realiza un encuentro entre seres humanos. Por ello, es un espacio de diálogo en esencia, esto quiere decir que debemos estar preparados para escuchar y hablar en relación con los otros. En especial, un evento académico invita a un dialogo por la situación actual de una disciplina, esto quiere decir que tiene la posibilidad de traer consigo nuevas formas de interpretar el mundo desde un ángulo específico, o de lo contrario este ángulo tiene una imposibilidad para la interpretación del mundo. El punto es que lo “nuevo” invita a dialogar consigo mismo, con el conocimiento propio y en confrontación con él, es decir invita al reto de pensar-nos.
Qué es lo llamativo en la relación donde el espacio es habitado en un sinsentido. Precisamente que este sinsentido devela el carácter forjado por la sociedad actual, donde la practicidad del mundo se apodera con exclusividad de la existencia humana. Lo llamativo es que los dispositivos electrónicos sean hoy en día la mayor manifestación de este espíritu técnico, y no por los dispositivos mismos, sino por quienes los usan.
Estar habitando un espacio al que le viene un sentido propio, el del conglomerado de humanos dispuestos al diálogo, y confrontarlo con un habitar donde los gadgets son el medio de comunicación en masa de preferencia y en una disposición de un diálogo contrario al del espacio habitado, dificulta el sentido de nuestro estar. Lo más llamativo aún, es que esta es una tendencia marcada en la sociedad de consumo actual. Ahora es poco sorprendente ver cuál es la proporción de personas que están comunicándose entre sí desde sus celulares, mientras asisten a las conferencias académicas.
En consonancia con panorama anteriormente descrito, es aún más paradójico el retumbar de los aplausos al final de las conferencias. Bullicio vaciado de sentido, una alabanza a la no confrontación con nosotros, a la despreocupación por ponernos en cuestión constantemente. El emblema que muchos asistentes llevan en su frente al auditorio es ¡No me digas nada nuevo! Siguiendo esta lógica su eco resonaría ¡No tendría que pensar nada nuevo! Así la conformidad con la cotidianidad, el aunar con la masa es más placentera y menos tortuosa que el camino de-construir-nos. {jcomments on}