Sandra Liliana Oróstegui Durán, Economista, Mg Sociedades contemporáneas, Mg Filosofía
Desde hace poco más de un año y medio los cuatro responsables de estas columnas semanales hemos venido dedicándonos a leer, escribir y hacer visible el trabajo en economía crítica que nosotros, y los autores que nos inspiran, hemos venido desarrollando. Este año realizamos las primeras jornadas en Economía crítica en marzo y ahora mismo nos preparamos para realizar las segundas con un salto abismal en lo que se refiere al tiempo y a los personajes invitados. Nombres como Francisco de Lara, Jose Felix Cataño y Stanley Malinowitz (sin mencionar los seis profesores UIS que igualmente nos acompañarán en estas jornadas) harán parte de este reto que se llevará a cabo en los auditorios Ágora y Luis A. Calvo los días 20 y 21 de septiembre.
Frente a la magnitud de este evento es indudable que la pregunta que surge es ¿Por qué hacer economía crítica? ¿Qué sentido tiene dedicarle horas y horas a preparar un evento de estas dimensiones o a sentarse cada semana a escribir una columna o a leer y discutir en torno a esta “disciplina”?
Pensándolo detenidamente, me doy cuenta de que el primer motivo es precisamente dialogar. En primer lugar, dialogar. En un mundo donde se habla tanto, todo el tiempo, por todos los medios posibles, se puede también ver que se discute muy poco. Que el lenguaje se encuentra acartonado dentro una única forma de comprender la realidad y se asume ésta como si fuera la regla normal de nuestra existencia. En ese sentido “hacer” economía crítica aquí en Bucaramanga, es precisamente una invitación a atrevernos a mirar otras posibilidades a las pocas que nos ofrece esta ciudad y sus múltiples centros educativos. Porque a pesar de ser Bucaramanga una ciudad universitaria, es indudable que en todas las universidades que hay se reproduce exactamente el mismo tipo de pensamiento. Un pensamiento instrumental cuyo único fin es el adiestramiento del “capital humano”. Un pensamiento cuyo centro es la gestión del “conocimiento”. Un pensamiento cuya base es la convicción de que por fuera de este sistema sólo nos queda la muerte.
Aunado a lo anterior, la economía crítica que “hacemos” se motiva también en el deseo de expandir el sustrato de pensamiento en el que nos encontramos inmersos. Es indudable que la economía ortodoxa, que domina el estilo de vida que llevamos, nos ha vaciado de sentido, puesto que en ella lo único que cobra sentido es el dinero en sí mismo. Con esto lo que digo es que toda la vida contemporánea gira en torno a la consecución, aumento y temor frente a la pérdida de éste, arrastrando con ello el sentido mismo de lo que significa estar vivos.
De modo que al “hacer” economía crítica, intentamos proponer otros modos de existencia, esperando que al final la vida misma vuelva a cobrar algún sentido y, con ello, que el problema ético fundamental de nuestra época pueda ser remplazado por una actitud de reconocimiento de sí mismo, y de los otros, en la cual el estar aquí con los otros sea, por lo menos, significativo.
Así que “hacer” economía crítica no es meramente reunir a un poco de tipos brillantes en un auditorio, es invitar-nos a pensar-nos en nuestro permanente estar siendo. Es la preocupación por qué sentido tiene esta existencia y qué sentido puede seguir teniendo continuar en un modo de ser y de estar, que no nos da lugar a otras alternativas posibles más que a la de acumular dinero, bienes y dolores de cabeza.
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