YUBER HERNANDO ROJAS ARIZA Economista, Filósofo y Magister en Filosofía de la UIS
No había pasado la medianoche cuando decidí deambular entre los muertos. Me despertó la pesadilla de un país patas arriba. De inmediato, como si se tratara de un sobresalto anímico, transgredí tal alucinación y comencé a escribir las primeras líneas. Quise remitirme a la pesadilla, hacer memoria de ella y hundirme en su oscuro laberinto. Recordé a Nietzsche y su Anticristo. Tomé un trago de vodka para pasar el sabor amargo de la pesadilla de la vida moderna. Y entonces llegó el momento. Me pregunto ahora por qué pasa lo que pasa. Porqué se matan unos a otros, porqué la estupidez reina, porqué la risa asoma en medio del mundo gris y nadie dice nada en un país llamado Colombia. El vodka ha comenzado a hacer su efecto. El calor en la garganta y el tic tac del reloj en medio del silencio. Y de nuevo las preguntas y de nuevo Nietzsche con su carcajada sobre el hombre moderno, y de nuevo aquí entre líneas para comenzar a rememorar la pesadilla que escribo con el fuego de la palabra.
Así inició el laberinto:¿Por qué pasa lo que pasa en un país adicto a la Moralina? La pesadilla se dio en un país donde el Bien y el Mal divide a Dios y el Diablo. La pesadilla de la Paz y la Guerra: Buenos y Malos. Pero de ¿dónde sale semejante dualidad? ¿Qué se entiende como Bien cuando se avala la Guerra, se disfruta la sangre en la TV y luego se reza el padre nuestro? ¿Qué Moral sostiene tal modo de ver el mundo, la misma moral que justifica y dicta qué es lo bueno y qué es lo malo? Es el mundo “patas arriba” diría Eduardo Galeano, pensamiento que en el siglo XIX el filósofo alemán, F. Nietzsche, lo llamaría “la Inversión de los valores” en su profunda dimensión. Así que el asunto de la pesadilla de un país patas arriba sale a relucir: Pablo Escobar, narco mesiánico, al igual que un expresidente de dos periodos, idolatrado por su motosierra y los muertos que lleva en su curriculum vitae son vistos como seres piadosos y virtuosos. Dos de los muchos personajes que hacen parte de la pesadilla en la cual cultural e históricamente ha estado Colombia. En un país patas arriba como éste, lo que “hace mal” se tilda de “bien” porque así lo dicta su moral. Hago énfasis: la moral judeocristiana que la propia iglesia, década tras década, viene dando como droga a su rebaño; rebaño de ovejas con piel de militares, paramilitares, guerrilla, sicarios, políticos corruptos y ramplones, empresarios criminales, sacerdotes pedófilos, violadores, mediocres periodistas, todo un conjunto de “mansas”, “adorables” y “beatificadas” “gente de bien” que han devorado éste país y que, para infortuna del lector, hace parte de la mentalidad de la mayoría de colombianos adictos a la moralina.
Pero ¿qué es esa droga llamada Moralina que tanto ha influido en las acciones de los colombianos? Nietzsche habla de Moralina en su libro Anticristo para hacer alusión a la moralización judeocristiana, que dicta “lo bueno” y “lo malo” de las acciones humanas y que, en definitiva, ha llevado a la decadencia de los valores. En Colombia se es adicto a ella. Las iglesias están atiborradas de consumidores de tal sustancia psico (mental) adictiva. En nombre de la Paz la Guerra. ¿La paz? En un país patas arriba es justamente ésta palabra la más peligrosa de todas. ¿Desde cuándo la paz se logra apunta de metralla? ¿Qué se entiende por Paz cuando se habla de ella? ¿Qué la justifica y hace creer que justamente su proceder es “bueno”? La adicción a la moralina, la droga de pobres y ricos es la sustancia que estimula acciones de éste tipo. Deja el mundo patas arriba: a Colombia Patas arriba. Quienes la consumen, sea por medio de cualquier Iglesia donde la fabrican, sea porque llega vía catálogo por la televisión (noticieros y telenovelas), sea a través de la educación secundaria y universitaria, o sea por vía de partidos políticos que trafican con ella; sea cual sea la manera de obtenerla, lo cierto es que tal droga se consume en grandes cantidades en Colombia. Se consume sin restricciones y sus efectos ya lo sabemos: una risa estúpida, junto con un fanatismo exasperado y la esperanza de un mesías que prometa la paz a través de la guerra. Se avala la guerra, se aplaude la guerra, se consume la guerra, se justifica en nombre de la Paz.
La moralina es una adicción cultural e histórica. Godos y Cachiporros la consumieron, Militares y Guerrilla la consumen, narcopolíticos y paramilitares la consumen. Una generación tras otra la ha consumido en sus casas. El presidente de turno trafica con ella. El vecino, el amigo, el vendedor, el pobre, el rico, el joven, el viejo, la dama, la prostituta, la gran mayoría de los colombianos son adictos a ella. La moralina es la droga más peligrosa porque es mental. Tanto incluso que creemos natural una serie de actos como la violencia hacia el otro, el irrespeto y, sobre todo, el darse “derecho” a matar al otro en nombre de la Paz. La moralina hace perder los sentidos, en especial la disposición a escuchar al otro. En Colombia nadie escucha a nadie: se imposibilita el diálogo. La visión se hace borrosa, se pierde el tacto y el olfato se atrofia por la putrefacción que reina en ésta pesadilla: la costumbre a la carnicería, a la productividad de la muerte; la tecnificación de la criminalidad.
¿Puede hablarse de la religión judeocristiana como “culpable” de producir tal droga? Decir “culpable” o “inocente” sería un juicio moral y, por consiguiente, se estaría bajo el efecto mismo de la Moralina. Así que no caeré en ese juego. Me temo que el problema no es ni siquiera la Iglesia como productora de tal droga. El asunto es más complejo, el asunto no es de “buenos” ni “malos” en esa perspectiva; de culpable e inocente. En la pesadilla en que vivimos, en un país patas arriba, el problema también está patas arriba. El problema no es moral porque es más profundo. No está en el mundo de las acciones y sus criterios de Bien y Mal. Y si bien es un problema el hecho de creer en ello, en la moralina, en su adicción, no obstante, el problema resulta aún más complejo porque se trata de nosotros mismos.
La pregunta por qué pasa lo que pasa, ahora se transforma en algo que requiere verse con mayor cuidado: ¿por qué pienso lo que pienso sobre lo que pasa? Esa pregunta nos hace entrar en angustia y, sin embargo, también nos posibilita despertar de la pesadilla. Ahora la pregunta no apunta a la Moral y su funcionamiento, sino más bien a la existencia misma de cada uno y una de los habitantes de éste país patas arriba. La pregunta nos hace entrar en tedium porque pone contra la pared la idea de Bien y Mal: la adicción a la Moralina. Significa que antes de cualquier juicio estamos nosotros quienes pensamos en ello. Quiero decirlo explícitamente: la cuestión no es Moral. El gran interrogante recae sobre el modo de pensar un país llamado Colombia; el modo de estar en éste. El gran problema es creer que los problemas se reducen a cuestión de Buenos y Malos, a la Paz sobre la Guerra, manteniendo intacta el modo de estar en éste. Por eso sospecho que el problema es más complejo porque lo ético no es igual a lo moral. Eso significa que hemos creído, bajo el efecto de la moralina, que las soluciones a los problemas provienen de tal adicción -que puedo matar y luego rezar para empatar, por ejemplo-. Me temo que el gran problema en Colombia es un problema Ético: no reconocer el sagrado valor de la vida y el respeto por el otro.
De manera que el asunto es más complejo: ¿Qué significa que el gran problema en Colombia se fundamente en su Ethos (en su carácter)? El planteamiento exige dejar la adicción a la moralina para abrir paso y reconocer la pesadilla que ella representa. Exige que preguntemos y se reconozcan los errores y su modo de asumirlos: abrirse a la memoria. En pocas palabras: al Respeto. ¿Es esa la solución? Precisamente no puede pensarse la pregunta como una solución sino más bien como una posibilidad para su comprensión. ¿Si el problema es haber creído en la moral y ser adictos a la moralina, entonces hay que ir al Ethos de los colombianos? Esta nueva pregunta nos lanza a la aventura mientras continuamos en el laberinto del pensamiento y tratamos de salir de la pesadilla. Sospecho, una vez más, que tal pregunta no es la solución sino la posibilidad de tratar de comprender-nos a nosotros mismos en un país con un sentido de lo ético patas arriba.{jcomments on}