Sandra Liliana Oróstegui Durán, Economista, Mg Sociedades contemporáneas, Mg Filosofía
¿Por qué tan tristes? ¿Por qué tan abatidos? ¿Por qué tan angustiados? Me atreveré a dar una respuesta: porque nos separamos de la Naturaleza, nos hicimos superfluos. Tal vez no se comprenda nada o quizá se piense que se ha comprendido todo, puesto que el discurso ecologista de los últimos tiempos nos mantiene pensando en el reciclaje, en el no desperdicio de las botellas de agua, en el ahorro de energía. La Tierra nos hace temblar y nos moja sin parar, nos pone a sudar y nos hiela sin misericordia. Sin embargo, a pesar de todo ese ecologismo de buena fe que se prodiga por todos lados, no ha habido hasta ahora un Retorno a la Naturaleza, con mayúscula. Puesto que no hablo de retornar en términos románticos y sentarnos a abrazar los árboles y acariciar las palomas, o de consumir productos “ecológicos”, o de denigrar de los altamente “contaminantes”. No. Hablo justamente de reconocer que somos naturalmente.
La gran debacle de lo que trajo las transformaciones de la Época Moderna fue habernos sacado de la Naturaleza, habernos convencido de que la razón, como máxima expresión de lo humano, es una entidad que puede ver a la Tierra como el gran almacén de suministros. Y en la época contemporánea, al comprobar claramente que este almacén no es infinito, en lugar de haber dado un paso para recapacitar sobre el camino que hemos andado en estos 200 años, lo que hemos hecho es precisamente lo contrario, acelerar las máquinas confiados en la magia de la razón. Chernobyl en 1986, Japón en 2011 muestran bien que no nos bastó con abusar de las fuerzas de la Naturaleza, sino que explotamos fuerzas universales, fuerzas que claramente la razón no alcanza a comprender.
A pesar de todo esto, que parece muy grave y lo es, el punto es que todavía no nos atrevamos a entrar en búsqueda del fundamento de todo ello, dado que lo más problemático de esta situación no es que se acabe el agua, se maltrate sin piedad a los animales, haya ciudades donde se respire con bombas de oxígeno; sino que en ese modo de actuar, nosotros mismos, como seres humanos, no nos volvimos a encontrar jamás. Es comprensible que separados de la naturaleza, viéndonos sólo desde el espectro de la razón, la superficialidad se tomara nuestra existencia. La sociedad de consumo sólo existe, se alimenta y se perpetúa gracias a la profunda incapacidad que tenemos de volver a poner nuestros pies en la Tierra.
Entonces, ¿Por qué tan tristes? ¿Por qué tan abatidos? ¿Por qué tan angustiados?, porque no somos más que un cascarón vacío. En este instante, por ejemplo, es casi imposible volver a comprender la tristeza, las penas de amor, la euforia, la insensatez, la virtud, los impulsos sexuales, los apetitos, la crueldad, la bondad, la belleza, el asombro, lo simple y todo eso que es natural. Todo, ahora, tiene una explicación científica. Si hay demasiada alegría, si estás “loco de amor” es porque las dopaminas se aumentaron, la “tuza” es una reducción de la serotonina, el deseo de un helado de chocolate es explicado por la necesidad de endorfinas(2). Todo está explicado racionalmente. La razón tiene la última palabra y en ella el reconocimiento de que es “natural” no tiene cabida.
La razón no nos deja pensar y en esa imposibilidad nos hallamos en un profundo extrañamiento, en un atontado aburrimiento que no se resuelve con ropa, celulares o zapatos. En esa salida de la naturaleza cada uno es un dígito, o para ser más coherentes con este tiempo, cada uno es una mercancía, debido a que en esa salida de la naturaleza el mercado nos ha abierto sus grandes y fornidos brazos para acogernos en su propia verdad. Y ahí andamos, deambulando de tienda en tienda, de trabajo en trabajo, de preocupación económica, en preocupación económica, sin darnos cuenta de que nada de eso tiene sentido.
Por eso, ¿Por qué tan tristes? ¿Por qué tan abatidos? ¿Por qué tan angustiados? Porque el mercado, a diferencia de la naturaleza, no puede darnos ningún sentido y sí quitárnoslo por completo. Entre más superficiales seamos, más compraremos, más necesitaremos vendernos y, sobre todo, menos resistencia pondremos a estas fuerzas neo-esclavizantes, que nos arrebatan todas las libertades, que como espejismos, nos puso enfrente al principio de esta era el gran anhelo de liberarnos de la Naturaleza.
(1) HESSE, Hermann, “El lobo estepario”. Con todo el respeto por este grandioso me atrevo a utilizar esta frase suya para titular mi columna, pues fue la que, al recordarla, inspiró este escrito.
(2) Seguramente confundí todos los efectos de estos neurotransmisores, pero con todo el respeto para la psiquiatría, me tiene sin cuidado. El punto no está en si 1+1 es igual a dos, sino en creer que allí se haya la explicación de todo.