RONALD DUARTE, Magíster en Filosofía y Economista de la Universidad Industrial de Santander
Al igual que el saxofonista, la realidad humana no tiene significado y significante. No está determinada. ¿Qué son los talentos acaso? ¿Qué la fe? ¿Qué el amor? ¿Qué la vida? Cualquier respuesta es dudosa. Cualquiera corre el riesgo de no explicar.
La realidad humana está enmascarada por las disciplinas que intentan explicarla, especialmente por la economía. Pero ese antifaz "científico" resulta necesario para soportar el tedio de la incomprensible existencia humana racional. La literatura, y en general el arte, al ser la mayor expresión de lo irreal, es la que mejor puede explicar la realidad; precisamente por no tener pretensiones interpretativas, sino angustias de existencia, angustias vitales.
Johnny, el saxofonista en "El perseguidor" de Cortázar, representa de buena manera la realidad humana: es incomprensible. Bruno, su biógrafo, es un buen representante de la Economía: "no hace más que contar el tiempo" (Cortázar, 1,1993). La relación, en la obra, de un jazzman con su biógrafo se enmarca dentro de la misma lógica que la de un economista con la realidad. Y el resultado; o sea, la biografía, es muy similar a una teoría económica: una máscara de la realidad con la cual tanto biógrafo como Jazzista; tanto el economista como el ser humano, quedan satisfechos. "O make me a mask" resalta Cortázar como segundo epígrafe para indicar su texto. "Oh, hazme una máscara" son las últimas palabras del moribundo Johnny.
Johnny, la realidad humana y el Jazz
Al igual que la realidad humana, el jazz no es lógico. No es predecible porque no es reproducible artificialmente; sólo se puede crear en su propia naturaleza: la improvisación. Es decir, sólo se puede crear en su propia creación, es autopoiético. Los discos de Jazz no son Jazz. Jazz es Johnny en su alocada improvisación de "Amorous". Johnny completo, con su adicción a la marihuana, su esquizofrenia y su Saxo de remplazo, y su pobreza monetaria, y su genialidad creadora. Sin nada de eso Johnny no sería lo que es.
“(...) Ya sabes, ese tema de El Álamo. Bueno, Delaunay le hace una seña al técnico, salimos todos lo mejor posible, y Johnny abre las piernas, se planta como en un bote que cabecea, y se larga a tocar de una manera que te juro no había oído jamás. Esto durante tres minutos, hasta que de golpe suelta un soplido capaz de arruinar la misma armonía celestial, y se va a un rincón dejándonos a todos en plena marcha, que acabáramos lo mejor que nos fuera posible.
"Pero ahora viene lo peor, y es que cuando acabamos, lo primero que dijo Johnny fue que todo había salido como el diablo, y que esa grabación no contaba para nada. Naturalmente, ni Delaunay ni nosotros le hicimos caso, porque a pesar de los defectos el solo de Johnny valía por mil de los que oyes todos los días. Una cosa distinta, que no te puedo explicar... Ya lo escucharás, te imaginas que ni Delaunay ni los técnicos piensan destruir la grabación. Pero Johnny insistía como un loco, amenazando romper los vidrios de la cabina si no le probaban que el disco había sido anulado. Por fin el ingeniero le mostró cualquier cosa y lo convenció, y entonces Johnny propuso que grabáramos Streptomicyne, que salió mucho mejor y a la vez mucho peor, quiero decirte que es un disco impecable y redondo, pero ya no tiene esa cosa increíble que Johnny había soplado en Amorous." (Cortázar, 1993)
La realidad humana es incontrolable, aún en las más altas estructuras: las religiosas, que parecen determinar la existencia con una palabra, la posibilidad de cambio destruye lo estático, aún en las ciencias, por fuertes que sean. La realidad humana es controlable sólo categorialmente y la categoría es una falsa estabilidad.
Johnny, el Jazzista, no inventa el Jazz basado en una estructura determinada. Johnny es indeterminable. Su grupo le odia, los técnicos de la disquera le odian, pero él ya no piensa en "Amorous", los acordes han dejado de ser importantes, el ritmo ha dejado de ser importante, él mismo no es consiente:
−Campos llenos de urnas, Bruno. Montones de urnas invisibles, enterradas en un campo inmenso. Yo andaba por ahí y de cuando en cuando tropezaba con algo. Tú dirás que lo he soñado, eh. Era así, fíjate: de cuando en cuando tropezaba con una urna, hasta darme cuenta de que todo el campo estaba lleno de urnas, que había miles y miles, y que dentro de cada urna estaban las cenizas de un muerto. Entonces me acuerdo que me agaché y me puse a cavar con las uñas hasta que una de las urnas quedó a la vista. Sí, me acuerdo. Me acuerdo que pensé: "Esta va a estar vacía porque es la que me toca a mí." Pero no, estaba llena de un polvo gris como sé muy bien que estaban las otras aunque no las había visto. Entonces... entonces fue cuando empezamos a grabar Amorous, me parece. (Cortázar, 1993)
Es inútil buscar razones, no hay ninguna para que explique el fenómeno. La ciencia es incapaz de entender el arte, esto porque el arte no entiende, el arte crea entendimiento; crea, por muy cartesiana que parezca la afirmación, realidad. La realidad humana es, entro muchas otras cosas, creación de sentido.
Pero sigamos con Johnny, materialmente es un fracasado, socialmente un rechazado; como es lógico, psíquicamente es una anormal, un loco. Johnny es un rizoma, una fuga sin significado, un esquizofrénico. Al igual que el saxofonista, la realidad humana no tiene significado y significante. No está determinada. ¿Qué son los talentos acaso? ¿Qué la fe? ¿Qué el amor? ¿Qué la vida? Cualquier respuesta es dudosa. Cualquiera corre el riesgo de no explicar. Que Johnny sea talentoso es falso; tan falso como decir que tenga fe en algo; tan falso como decir que ama. El talento de Johnny también es una anti talento: todo lo daña, todo lo destruye, no es capaz de realizar una gira y sin embargo por eso es talentoso. Pero Johnny tiene fe en su estadía en el hospital psiquiátrico, odia a su hija muerta a ratos y ama tanto el Jazz que deja olvidado su Saxo. Johnny es inestable; como la realidad humana. El amor nunca es lo mismo para los dos amantes, de la misma manera que la fe no es los mismo para dos creyentes. Esta multiplicidad indeterminable hace parte de la existencia.
Bruno y la economía
Bruno quiere contar la historia de Johnny, "es fiel como el mal aliento" (Cortázar, 1993) y esencialmente es un buen crítico de Jazz. A Bruno, para su trabajo biográfico, únicamente le interesa el talento de Johnny, es lo que más le importa. Bruno, aunque no con suficiente justicia, se me parece a la economía porque determina al hombre (Johnny) a partir de una categoría: su talento. A la economía, de manera similar, del hombre sólo le interesa la racionalidad, el resto es rechazado.
(...) Empiezo a parecerme a un evangelista y no me hace gracia. Mientras volvía casa he pensado con el cinismo necesario para recobrar la confianza, que en el libro sobre Johnny sólo menciono de paso, discretamente, el lado patológico de su persona. No me ha parecido necesario explicarle a la gente que Johnny cree pasearse por campos llenos de urnas, o que las pinturas se mueven cuando él las mira; fantasmas de la marihuana, al fin y al cabo, que se acaban con la cura de la desintoxicación. (...) ¿Qué clase de evangelista soy? (Cortázar, 1993)
Johnny lee el borrador del libro de Bruno, son buenos amigos. Borrador que parece acercarse a la mente de un genio, describir con maravilla su capacidad creadora, revelar el hombre que sopla el Saxo. Un hombre cuya grandeza tiene su lógica: no es esquizofrénica. Johnny, en la biografía es todo un equilibrio general, una teoría valor-trabajo, un verdadero y hermoso homo economicus. Casi es posible ver su completud, transitividad y heterosedasticidad, su ley de demanda como hombre perfecto. Pero cuando Bruno espera el comentario del personaje principal de su texto, cuando espera que el hombre que lleva la vida que él cuenta le juzgue lo que ha contado. Johnny responde:
-Oh, he leído algunas páginas,-Dice Johnny- en lo de Tica hablaba mucho de tu libro, pero yo no entendía ni el título. Ayer Art me trajo la edición inglesa y entonces me enteré de algunas cosas. Está bien tu libro.
(...)
-Es como un espejo -dice Johnny-. Al principio yo creí que leer lo que escriben de uno era más o menos como mirarse a uno mismo y no en el espejo. Admiro mucho a los escritores, increíble las cosas que dicen (...)
-Bueno, no hice más que transcribir literalmente lo que me contaste el Baltimore (...) [dice Bruno]
-Sí, está todo, pero en realidad es como un espejo. -Se emperra Johnny.
-¿Qué más quieres? Los espejos son fieles. [Habla Bruno]
-Faltan cosas Bruno -dice Johnny-. Tú estás mucho más enterado que yo, pero me parece que faltan cosas.
(...)
(...) Mira, no es solamente el vestido rojo de Lan. Están... ¿Serán realmente urnas, Bruno? Anoche volví a verlas, un campo inmenso, pero ya no estaban tan enterradas. Algunas tenían inscripciones y dibujos, se veían gigantes con cascos como el cine, y en las manos unos garrotes enormes. Es terrible andar entre las urnas y saber que no hay nadie más, que soy el único que anda entre ellas buscando. No te aflijas, Bruno, no importa que se te haya olvidado poner todo esto. Pero, Bruno -y levanta un dedo que no tiembla-, de lo que te has olvidado es de mí. (Cortázar, 1993)
La economía se ha olvidado del hombre, se ha olvidado que el hombre está motivado por las más irracionales pasiones, por los más incomprensibles miedos. Que del hombre también hacen parte las urnas de Johnny. Que el hombre posee una necesidad metafísica que lo motiva a construir sistemas de creencias, que el hombre es mucho más que racionalidad, que satisfacción de necesidades.
CORTÁZAR, Julio. El perseguidor. Madrid: Alianza Editorial, 1993 {jcomments on}